Británicos gastaron alrededor de £4 300 000 000 en videojuegos, cifra superior al combinado de cine y música (£3 400 000 000) según The Economist.
Ese liderazgo se refleja en una industria cuyos ingresos eclipsan a los sectores cinematográfico y musical juntos. Se trata de una evolución que subraya la pujanza cultural y económica del entretenimiento digital en Reino Unido.
Innovación que impulsa crecimiento y diversidad
El Reino Unido destaca en creatividad digital, con franquicias emblemáticas como Grand Theft Auto, Tomb Raider y Burnout, además de haber sido cuna de talentos originales surgidos de desarrollos caseros.
Londres se ha consolidado como un centro clave, albergando más de 700 estudios, generando £1 600 millones en ingresos directos e indirectos, y reescribiendo el mapa europeo del videojuego.
Ecosistema robusto y políticas estratégicas
El gobierno británico ha reafirmado su compromiso con el sector mediante iniciativas como el Consejo de Videojuegos del Reino Unido y un paquete de crecimiento valorado en £30 millones en financiamiento para estudios emergentes. También se redibujan políticas fiscales en apoyo a desarrolladores, aunque aún existe margen para igualar los beneficios vigentes en el cine.
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Ventajas competitivas, retos y áreas de mejora
El ecosistema británico combina estudios independientes con grandes compañías tecnológicas que prosperan gracias a subsidios y festivales como el London Games Festival.
Paralelamente, se han impulsado zonas creativas fuera de Londres con fondos de regeneración cultural para descentralizar la actividad. A esto se suma un capital intelectual que no solo genera empleo, sino que asegura la retención de talento especializado y propiedad intelectual en territorio nacional.
El mercado británico enfrenta una caída marcada en el formato físico. En 2024 las ventas de juegos en caja disminuyeron 35 %, lo que provocó que el mercado total se redujera 4.4 % hasta £4.6 mil millones. La transición digital avanza con fuerza, aunque el ritmo de ingresos no compensa la pérdida en formatos tradicionales.
Otro desafío es la competencia global cada vez más intensa. Los estudios británicos deben medirse con rivales en Estados Unidos, Asia y Europa, lo que obliga a elevar la calidad y buscar nuevas ventajas competitivas.
Dentro de su propio país, persiste la presión por ampliar los incentivos fiscales y equipararlos con los que recibe la industria cinematográfica, condición que podría marcar la diferencia en la consolidación futura del sector.

